Todo lo que el huevo puede hacer por tu cocina

Gusta a los deportistas, gusta a los niños -y a padres y madres-, es saludable para todas las edades, fácil de preparar, siempre está a mano y no nos exige mucho talento, ni tiempo, en la cocina. Hay tantas razones para amar al huevo como recetas con las que cumplir, sorprender y triunfar en cualquier momento del día. Y para conocértelo al dedillo te proponemos redescubrir a este sincero alimento y aportar luz sobre sus verdades nutricionales, cómo reconocer su procedencia y, sobre todo, cómo añadirlo a tu recetario cotidiano.
La eterna duda de blancos y morenos -e incluso azules o rojos- poco tiene que ver con la calidad del propio huevo. Su cáscara no es condicionante de las buenas prestaciones, simplemente un ‘sello’ de proveniencia de cada huevo. Podríamos decir que cada huevo, con su gallina. Así una gallina blanca pondrá huevos blancos, una negra los pondrá morenos y curiosos animales como la gallina araucana los pondrá azules.
El color que sí importa, aunque no de forma tan radical como creemos, es el de la yema. Sus tonos oscilan entre el amarillo y el naranja y ellos se deben, principalmente, a la alimentación del animal. Se sabe que las gallinas que disfrutan de dietas ricas en maíz y alfalfa ponen huevos con intensos colores naranja, que son más frecuentes en los huevos de gallinas camperas y de gallinas ecológicas, como estos que puedes encontrar en el Supermercado de El Corte Inglés.


Un aliado nutricionalmente hablando

Yema y clara componen este binomio sabroso y nutritivo, pero no aportan vitaminas, proteínas o grasas de la misma manera. La clara, muy frecuente en la dieta de los deportistas, es rica en albúmina (una proteína) y no tiene nada de grasa, razón por la que ocupa un lugar tan importante en la vida de estos. Aunque se recomienda que la consuman cocinada, ya que esta proteína se absorbe mejor así, y no cruda, donde no se dispondrían de todos sus beneficios.


Todo lo que el huevo puede hacer por tu cocina


La yema, más completa, aporta la mayor parte de las proteínas del huevo, así como la totalidad de las grasas -distribuidas entre insaturadas y saturadas, siendo las primeras más abundantes-. Se rompe así el tabú sobre la supuesta insalubridad del huevo o su mala relación con el colesterol, ya que apenas el 2,8% del huevo corresponde a estas grasas saturadas. A su vez, cada huevo está cargado de micronutrientes, siendo muy relevantes sus contenidos en vitaminas (A, B, D y E) y minerales como el fósforo o el selenio. Como ves, cada huevo es un auténtico pildorazo de propiedades cargadas de sabor.


Cada huevo lleva impreso un código de tinta roja alimentaria, completamente inocua, que reivindica su origen. En esta cadena alfanumérica podemos encontrar información como el tipo de cría, país y región de procedencia y granja. Sin embargo, la más relevante de todas las informaciones es el primer número, separado del resto por un guion, que nos habla de cómo se ha criado la gallina que ha puesto ese huevo.


Así, el 0 está reservado para huevos de producción ecológica; el 1 para los que proceden de gallinas camperas; el 2 para gallinas de suelo y, por último, aunque no quiere decir que no puedan ser huevos de calidad, el 3, que pertenece a las gallinas que ponen desde jaula.


Si hubiera unos premios gastronómicos similares a los Oscar, está claro que el huevo siempre estaría nominado a mejor actor principal y a mejor actor de reparto. Por sí solo es capaz de presentarse como estrella en platos como los huevos fritos, a los que secundar casi por cualquier ingrediente: patatas, jamón ibérico, gulas, guindillas, gambas… Es difícil imaginar un ingrediente que no le siente bien a este plato, tan estelar como ‘estrellado’ y que resulta perfecto para compartir en un picoteo con amigos o para darse un capricho en casa, rayando, por ejemplo, una pizca de trufa sobre él.
Y qué decir de la tortilla española, donde con un poco de patata y cebolla -o sin ella- representa un plato que no sale de nuestro podio culinario. Sobre esa base, las alternativas son casi infinitas y es que en las tortillas también resulta complicado encontrar un alimento que no se lleve bien con el huevo. Prueba, por ejemplo, a sorprender al más pintado con esta tortilla de butifarra.


Si el tiempo apremia o persigues la pureza del sabor, una tortilla solo de huevo podrá resolver una cena fácil y sabrosa en cuestión de minutos. Solo unos pequeños pasos hacen falta para bordarla y tener en un periquete un plato de 10. Bate los huevos -sin formar espuma, porque resta jugosidad- y añade sal mientras se calienta una pizca de aceite (o mantequilla) en una sartén antiadherente. Cuando haya cogido temperatura vierte la mezcla y, una vez comience a cuajar, dóblala para que se haga por completo. Un plato tan resultón como rico en menos de lo que dirías ¡Et voila!
Y también dos huevos duros… y pochés, y escalfados, y rellenos…


Pasados por agua, pochados, escalfados o los siempre recurrentes huevos duros son una magnífica forma de no añadir grasas a la preparación, permitiendo al huevo demostrar su versatilidad en numerosas recetas. Desde el desayuno, donde podemos encontrar los selectos huevos benedictine hasta comidas y cenas, donde a modo de entrante podemos dar cancha a los huevos rellenos, capaz de emparentar con casi cualquier ingrediente.
Es el caso de estos, acompañados de bonito y mayonesa, o de estos otros, aliándose con las sardinas y el queso. Sabrosos y versátiles, incluso la cocina internacional nos ofrece suculentos guiños a los que recurrir y con los que sorprender, por si aún pensabas que el huevo no podía reivindicarse en la alta cocina. Dos buenos ejemplos: estos huevos escalfados con cuscús o con los suculentos huevos en parmentier con trufa.


Para todos los gustos, edades, talentos culinarios y sin importar la hora que el reloj marque, el huevo está dispuesto a darte juego gastronómico desde tu nevera, fiel a su cita con la mejor cocina y demostrando que a versátil, sano, sabroso y barato pocos pueden hacerle sombra.

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